24 de enero de 2009

Nos apasiona el cielo

A los seres humanos nos apasiona el cielo.

El Catolicismo hizo del cielo un lugar al que mirar con admiración, un paraíso que desear. Pero ya antes nos apasionaba el cielo. Nos apasionaba por su misterio, por las esferas luminosas que en él había. Nos apasionaba porque creíamos que de él brotaba una melodía maravillosa producida por los planetas. Nos apasionaba, y en medio de esa pasión, morimos defendiendo teorías astronómicas.

Miramos al cielo, a veces, buscando respuestas. Y el cielo nos regala con su belleza de amaneceres rosados y atardeceres malvas. El cielo nos regala las estrellas, la luna y la eternidad.

Las representaciones del cielo se han sucedido a lo largo de los siglos. Hay una que me gusta especialmente y que he disfrutado en los últimos años, cuando el cielo real ya no daba soluciones, y sólo el arte podía salvar. Hablo del Cielo de Salamanca.



Como te habrás dado cuenta, estos días estoy hablando mucho de Salamanca, de lo que la recuerdo. Es porque hace bastante tiempo que no voy para allá, y tengo que quitarme las ganas hablando de ella, mirándola desde lejos. También estos días hablo mucho de Alemania. Es porque dentro de poquito iré a pasar unas semanas allí, y ando ahora familiarizándome con el lugar, con su cultura.

Y ha sido en esta investigación sobre temas alemanes, cuando he encontrado otra representación de la bóveda celeste. El descubrimiento ha sido más grato al comprobar que esta representación es la más antigua que se conoce del cielo. Parece ser que pertenece a una civilización prehistórica datada aproximadamente hacia el 1600 a. C. Estoy hablando del disco celeste de Nebra
, sobre el que podéis informaros pinchando sobre el enlace.



Nos apasiona el cielo. Miramos hacia él expectantes. Buscamos algunas soluciones en él. Ese cielo es el que hoy me lleva a Salamanca, y a través del cual en unos días llegaré a Alemania.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hubo un genio alemán, un genio humano, Immanuel Kant, que escribió:

"Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellos la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí”.

La infinitud del conocimiento y la profundidad de la ética.