31 de diciembre de 2012

Listas, deseos y un bizcocho que por fin salió rico


Quedan unas horas para que termine el día, y con él el mes y el año. Un año cargado para mí de cosas muy variopintas. Un año raro donde los haya, pero como todo lo raro, interesante.

Víctor, que me había enseñado a hacer listas, ha vuelto a enseñarme, sin darse cuenta, una cosa aún más interesante: a no hacerlas. ¿Por qué escribir la lista con los deseos para 2013? Está claro que por mucho que deseemos ciertas cosas, no las vamos a lograr, puesto que deben de darse las circunstancias para ello. Y, desafortunadamente, no siempre contamos con todos los ingredientes para lograr el éxito. ¿Qué hacer, entonces? Buscarlos. Poner empeño en lograr lo que deseamos, pero ponerlo de verdad. Si la vida está en decirnos que no, tarea nuestra es el asumirlo y a otra cosa, mariposa.

Por poner un ejemplo de la vida cotidiana, te diré que llevo meses intentando hacer de repostera exitosa. Es decir, que llevo muchos intentos de bizcochos poco cochos (participio fuerte del castellano antiguo del verbo cocer, lo que hoy en día se dice cocido), muy enharinados, demasiado dulces, poco dulces, sin espíritu, poco esponjosos... en fin, desastres varios. Hasta que por fin, y muy cerquita del final del año, lo logré, encontré el ingrediente secreto del bizcocho y tuve éxito con ello.

La vida está llena de bizcochos poco hechos o sin sabor y nuestra función no es simplemente desear que el siguiente salga bien, sino poner remedio, cambiar la receta, intentarlo de todas las formas posibles, no tirar la toalla hasta que no veamos que de verdad no hay remedio.

Por eso, me niego a escribir un año más en mi lista de propósitos de año nuevo aquello de "ir a Berlín", "conseguir un trabajo mejor" o "terminar la filología inglesa". Si yo me empeño en ello lo lograré. No hay que desear con los ojos cerrados, sino con ellos bien abiertos. Y como dice mi amigo Javi, hay que tener mucho cuidado con aquello que se desea, porque puede cumplirse.

Por eso, este final de año no habrá listas con deseos. Habrá un deseo universal que no solo pido para mí, sino también para ti, un deseo en el que se engloban todos los deseos del mundo porque en ti está el significado de esta frase: 

Que en 2013 encuentres la felicidad.

Y que podamos decir adiós al 2012 con alegría, igual que cuando le dijimos hola. Bebiendo cava con familiares y amigos, cantando, bailando, sonriendo, bañándonos de una felicidad momentánea con cuyo recuerdo deberemos seguirnos bañando cada uno de los siguientes días de este nuevo año que promete, como siempre, ser el mejor.



23 de diciembre de 2012

Feliz Navidad

POR CELEBRAR del Infante
el temporal Nacimiento,
los cuatro elementos vienen:
Agua, Tierra, y Aire y Fuego.
      Con razón, pues se compone
la humanidad de su Cuerpo
de Agua, Fuego, Tierra y Aire,
limpia, puro, frágil, fresco,
En el Infante mejoran
sus calidades y centros,
pues les dan mejor esfera
Ojos, Pecho, Carne, Aliento.
A tanto favor rendidos,
en amorosos obsequios
buscan, sirven, quieren, aman,
prestos, finos, puros, tiernos.
Estribillo
Y todos concordes
se van a mi Dueño,
que Humanado le sirven
los cuatros elementos:
el Agua a sus Ojos,
el Aire a su Aliento,
la Tierra a sus Plantas,
el Fuego a su Pecho;
que de todos, el Niño
hoy hace un compuesto.
Pues está tiritando
Amor en el hielo,
y la escarcha y la nieve
me lo tienen preso,
¿quién le acude?
¡El Agua!
¡La Tierra!
¡El Aire!
¡No, sino el Fuego!
Pues el Niño fatigan
sus penas y males,
y a sus ansias no dudo
que alientos le falten,
¿quién le acude?
¡El Fuego!
¡La Tierra!
¡El Agua!
¡No, sino el Aire!
Pues el Niño amoroso
tan tierno se abrasa
que respira en Volcanes
diluvios de llamas,
¿quién le acude?
¡El Aire!
¡El Fuego!
¡La Tierra!
¡No, sino el agua!
Si por la tierra el Niño
los Cielos hoy deja,
y no halla en qué descanse
su Cabeza en ella,
¿quién lo acude?
¡El Agua!
¡El Fuego!
¡El Aire!
¡No, mas la Tierra!

(Sor Juana Inés de la Cruz, Villancicos)

10 de diciembre de 2012

Practicar la horizontalidad


Yo lo intuía ya, pero últimamente esto de la verticalidad y la horizontalidad ha surgido en varias conversaciones con amigos con estas palabras, y me gusta poder ponerle nombre a una práctica que creo que es fundamental en el ser humano.

Entender la humanidad como una línea horizontal en la que no hay jerarquías ni superioridades y practicar la horizontalidad nos hace, creo, mejores personas ética y moralmente. Entenderla como una línea vertical, sin embargo, es sentirse en una carrera competitiva en la que uno es mejor o peor que otro según el rango de su trabajo, la edad, el nivel socio-cultural, el poder adquisitivo o incluso su estilo vistiendo. La base de la actitud humana debe ser siempre una base firme y horizontal, de cimientos duros y que se vaya alargando con el alargar de manos que nos van uniendo a unos y otros. Tenemos que respetarnos unos a otros, los pequeños a los mayores y los mayores a los pequeños, pero no por las edades sino por el simple hecho de ser personas y de la experiencia vital que pueda enseñarnos la existencia de los otros.

Practicar la horizontalidad es practicar la justicia, el respeto, la tolerancia, la solidaridad, el compañerismo, el trato cariñoso, la alegría de ser todos iguales con nuestras diferencias fundamentales que hacen el conjunto más enriquecedor. Ahora que le pongo nombre a esto puedo por fin verbalizarlo y, quizás, transmitirlo; y el día a día, sintiéndome a la misma altura que los que me rodean, es más sencillo, más agradable y me hace más feliz. Y quien quiera hacerme sentir en un nivel diferente puede hacerlo, pero yo debo saber desde este mismo instante que eso es injusto e inhumano. Es, por lo tanto, denunciable y criticable, y el diálogo debe ser nuestra mejor arma para luchar contra ello.


Fotografía de Nugraha Indra


4 de diciembre de 2012

¿Recuerdas...?


Recuerdo que durante bastante tiempo me gustaba empezar los poemas que escribía con esta palabra: recuerdo. Quizás estaba influida por la poesía maravillosa de Alberti, esa que habla de los "tres recuerdos del cielo", uno de mis poemas favoritos. Sin duda. Ese que habla de la edad de la rosa y el arcángel.

Entonces yo recuerdo que, una vez, en el cielo...

Y aparece otra vez el mundo del gallego, Galicia y los acentos del norte. Me llega con un rumor de pasado, de recuerdos, desde el oeste, esta canción estupenda. Y la rabia de haber silenciado mi voz en gallego, la voz que resuena por dentro algunas veces, así, como de pasada. Una voz que se nutre del recuerdo, de cuando, una vez, en el cielo...

2 de diciembre de 2012

Una sirena, un faro y un buen librero


El viernes se conmemoraba el día de las librerías, coincidiendo con la festividad de San Andrés. No sabía que el 30 de noviembre se homenajeara a los libreros. Creo que mi pasión por estos rincones del placer es igual de intensa todos los días del año.

Hace dos años viví un St. Andrew escocés, rodeada más que de librerías, de bibliotecas, y el año pasado, en París, recorría las calles y las librerías de viejo soñando con una bohemia de comienzos del siglo XX. Este año, el día de las librerías lo celebraba en Madrid, leyendo. Como celebro cada día del año.

Las librerías son lugares que tienen un encanto especial. Siempre lo he sabido, porque desde pequeña me crié rodeada de libros, de historias que querían ser leídas y de autores que querían sacar al papel lo que llevaban dentro y necesitaban contar al mundo. En mis viajes siempre he procurado poner un pie en una librería, porque para mí las librerías son la vida de una ciudad, al igual que sus cafeterías. Y Madrid es algo así como un pequeño paraíso para esos paseos de la imaginación.

La semana pasada, sin ir más lejos, entré en La Buena Vida, situada en la calle Vergara, un espacio pequeño pero muy acogedor por el que me gusta pasearme de vez en cuando, siempre que estoy cerca del Palacio Real. Es así como un lugar entre la realidad y la ficción. Allí estaba, buscando El arte de amar, de Fromm, y otro libro para regalar. Empecé buscando algo de Macanudo, pensé en alguna novela gráfica y luego me di cuenta de que buscaba algo alegre, una lecturita para pasar un poco los malos tragos de este otoño largo y algo desafortunado. Jesús, el librero, puso en mis manos a Fromm y comenzó conmigo la tarea de buscar algo de gráfica para regalar. Al final, simplemente me dejé llevar por él. Con una montaña de posibilidades maravillosas entre las manos, cuando le insinué que necesitaba algo para desconectar un poco de una mala racha, él lo tuvo claro: Una ola con sabor a pez. Me prometió que me gustaría y me transmitió un poquito de la curiosidad de lector que todos llevamos dentro. Así que me llevé dos, uno para mí y otro para el regalo de E. 

Empecé a leerlo justo el viernes, que se conmemoraba el día de las librerías, mi homenaje particular para Jesús y todos los buenos libreros que hacen una labor fundamental en la sociedad: la de darnos la posibilidad de soñar con los ojos abiertos y entender que, en los libros, todo es posible.

Me adentré en el mundo de Mamen, la protagonista de Una ola con sabor a pez, en la página dos, cuando todo lo increíble empezaba a ser creíble. Una sirena varada, un pulpo parlanchín, un ogro bueno y un faro se convirtieron en los ingredientes perfectos de este cuento sobre el autodescubrimiento. Recuerdo que Jesús mencionó que la novela era muy positiva, algo así como un relato casi de autoayuda pero sin serlo. Me hizo gracia y aunque soy yo poco partidaria de lecturas pedagógicas que ayudan a curar las almas, me lancé a ella con toda la inocencia del mundo. Mamen e Isla, otro de sus personajes, me atraparon enseguida con su ternura y buen humor y empecé con ellas a ver que la vida está llena de magia, que el ser humano está en continuo proceso de aprendizaje, y que aprende de todo si tiene los ojos abiertos y los sentidos receptivos al cambio. Nos transformamos, y pasamos de ser seres solitarios a ser seres amados y amantes, pasamos de ser maestros a ser aprendices, de ser criaturas marinas a ser criaturas terrestres, sin perder en la transformación alguno de los rasgos de nuestro yo anterior. Una ola con sabor a pez es una novela de transformaciones, escrita en un estilo de cuento fácil pero que da mucho pie a la reflexión. La deformación profesional hace que me chirríen algunas líneas que me suenan algo agramaticales, como si la urgencia de plasmar los contenidos hubiera empobrecido el texto. Obviando esto, la novela, de la escritora novel Núria Riera, es una delicia para los sentidos, la imaginación y la vida.

Los libros siempre regalándonos placeres prohibidos, como los del "Soliloquio del farero" que me ha traído de nuevo al recuerdo el faro de esta novela. Y los buenos libreros, facilitándonos a los lectores el disfrute de este placer tierno y goloso.

Aquí puedes encontrar una crítica y sinopsis de la novela, por si quieres saber más: Una ola con sabor a pez, crítica de Javier, del blog "La librería de Javier".

Felices lecturas.



29 de noviembre de 2012

"El drama de los desahucios" y Los Simpsons


Ese es el nombre que un diario de tirada nacional, El País, ha dado a una de sus secciones. Verdaderamente lo es. Este se está convirtiendo en un país de casas vacías o a medio construir en el que cada vez más personas viven en bancos en la calle -el porcentaje de mendigos se ha elevado considerablemente desde los esplendorosos años 2000-, okupando edificios, acampados a las puertas de sedes institucionales, apretados en las casas de sus familiares o, que simplemente han perdido ya toda ilusión por la vida y optan por la situación más valiente, o la más cobarde, ni me atrevo siquiera a juzgar. El desahucio es el mal de la década, casi peor que el cáncer. Hay gente que se queda sin familia, sin hogar, sin esperanza...

Captura de fotograma. Pincha en la imagen para ver el vídeo completo.

Cada noche, al volver del colegio, después de un día duro o no tanto, después de otras historias que he escuchado, de haber visto cómo estamos inculcando unos valores de esfuerzo, sacrificio y trabajo duro que algunos de nuestros estudiantes aun no están preparados para integrar en su visión de la vida porque aún son niños, porque deberían permanecer un poco ajenos a la alienación que está provocando esta crisis; después de todo esto, y de las historias de vida que se narran en la radio: los desahucios, o las reacciones solidarias ante los mismos; o el arte y la cultura que siguen, poco a poco, en pie, tratando de educarnos, porque parece que hemos vuelto a la Edad Media incluso en eso: ahora mucha de la cultura que se ofrece tiene intención pedagógica, ¿tan mal lo habremos hecho en las escuelas o en los hogares hasta ahora? Después de todo esto, quiero pararme. Pararme y dejar de pensar.

Ante el drama de los desahucios, ante la miseria diaria, también son necesarias dosis de otras medicinas: el entretenimiento, el dejar a un lado lo que nos hace daño psicológico y nos desequilibra el sistema ético y moral que hemos ido elaborando poco a poco. Los Simpsons también son necesarios. La lectura divertida. Luis Piedrahíta y sus monólogos de las cosas pequeñas. El Intermedio, que relata la tragedia, pero, al modo clásico, la cubre también con la pátina del humor, para que desfoguemos. Los concursos de talentos. El Hormiguero con sus chistes fáciles. Todo eso también es necesario. Está muy bien que haya debates, que escuchemos los informativos, en la era de la información, todos sabemos al instante qué está ocurriendo en casi cualquier parte del mundo. Aunque eso sea aún más doloroso. Las guerras siguen sucediéndose en Siria, Palestina, el África subsahariana. Hay hambre. En Sudán, en Uganda, en el 2ºB. Pero nosotros seguimos en pie. Y tenemos que sacar adelante nuestras vidas y las de las personas que tenemos cerca y nos necesitan. No podemos cubrirnos con la capa de mierda y miseria que parece que lo recubre todo. Hay que soltar cuerda. 

Yo, por las noches, cuando vuelvo del trabajo, tras el duro día, no tengo ganas de seguir escuchando miserias. Descargo y comparto lo malo y lo bueno del día. Después, me evado con Los Simpsons.

25 de noviembre de 2012

25 de noviembre, día internacional contra la Violencia de Género


Agustín García Calvo, el ya fallecido filósofo español, lo supo expresar con una afirmación breve, pero llena de verdad y de pureza: libre te quiero.

De otra libertad muy diferente hablaba Cernuda, la de estar preso en alguien, cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío. El tiempo pasa, y con él las relecturas de obras que son clave en la vida de uno. Este último poema de Cernuda, que supuso un antes y un después en mi vida de lectora, lo retomo ahora, con otra libertad diferente, y machaca todas mis ideas e ideales de lo que significa amar, ser amado y -¿por qué no?- ser mujer. 

La violencia de género es un tipo de violencia que nace desde una supuesta raíz amorosa. Porque te quiero, te quiero mía. Como te quiero, te quiero así. Te quiero, y te condiciono. Y así hasta llegar a unos extremos en los que la obsesión -nunca el amor- se convierten en dolor y en daño. Y no solo eso, sino en un dolor y un daño muy conscientes, producto del egoísmo más espantoso. Dice el refranero que quien bien te quiere te hará llorar y no puedo estar más en desacuerdo con el saber popular. Quien bien te quiere, no querrá nunca hacerte sufrir. Pero no nos enseñan estas cosas en la escuela. Vemos películas románticas, leemos novelas o revistas y vamos, poco a poco, aprendiendo una forma de amar incorrecta, llena de errores y de faltas. Y solo el tiempo, el ejemplo de otras personas y la reflexión pueden enderezarla. 

Desde la adolescencia malinterpretamos lo que es amar y lo entendemos desde las palabras de Cernuda como estar preso en alguien. Hay que hacer un trabajo profundo de concienciación, de dignidad, de humildad y de amor puro para comprender de verdad que la única forma de amar verdaderamente es la que nace de la libertad del uno+uno y nosotros, no del uno+uno=nosotros. De eso sabe mucho L. y me lo explicó el otro día. Y así, con esta combinación, podemos lograr entender las necesidades del otro, las nuestras, las de ambos; sin exigencias, sin imposiciones, sin violencia física, verbal o psicológica, regalándonos el espacio y el tiempo que necesitamos e intentando siempre no hacernos daño consciente o inconsciente.

Ya Cervantes hablaba de la mujer libre, la que por encima de imposiciones sociales y culturales había elegido dedicarse la vida a sí misma y a la naturaleza, una Marcela poderosa y libre:

Yo nací libre,  y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos.

Tuvieron que pasar siglos para que el ser humano entendiera que la mujer puede vivir libre sin vivir en soledad.  Puede amar y ser amada desde la libertad. Y ese derecho lo tenemos todas y a todas se nos tiene que permitir. Y a todas se nos tiene que enseñar. Es el mejor regalo que ofrecerle a las niñas de hoy y las mujeres del futuro: su libertad.




22 de noviembre de 2012

Naima, Mohamed, Alexander y los españoles 'por el mundo'



Fotografía de Christiaan Triebert


En las clases de español, esta tarde hemos tenido dos alumnas nuevas, Najwa y Naima. Nos hemos vuelto a presentar todos. Entonces, Mohamed le ha dicho a Naima de qué parte de Marruecos es. Me ha gustado ver cómo a Naima se le iluminaban los ojos al oír el nombre de una región de su tierra. He pensado cómo sería si a nosotros nos ocurriera lo mismo: un grupo de españoles, ya mayores, en una escuelita de otro idioma (pongamos alemán), hablando de la procedencia de cada uno, intentando aprender esa lengua y mirándose con nostalgia echando de menos la tierra propia, por muy bien que la situación puediera estar en ese nuevo país. Y en el fondo supongo que eso está pasando o pasará pronto. El fantasma de la emigración.

Hace unos años, cientos de miles de ciudadanos de otros países buscaban una oportunidad aquí. Muchos sabían que sería difícil, triste y sufrido, pero aún así llegaron aquí, intentando mantener sus tradiciones y aprendiendo también de las españolas. Se sintieron maltratados por nosotros y tuvieron que recluirse en grupos de compatriotas. Y aquí lo único que se nos ocurría decir era que se reunían en guetos. Como si nosotros no lo hiciéramos cuando salimos al mundo.

Hoy mismo, Alexander, un alumno ruso con muy poca idea de español, preguntaba algo en clase. Y lo sorprendente es que no pregunte todo. Alguien se ha reído. Creo que es por pura envidia: ven cómo poquito a poco va sacando las asignaturas, sigue aprendiendo, sin parar y, sobre todo, sobrevive. Sobrevive en un lugar inhóspito y donde muy pocos lo ayudan. Les he dicho a todos que intenten ponerse en la piel de Alexander; que se imaginen a ellos mismos en un colegio ruso donde no entienden nada y donde los compañeros tampoco se lo ponen fácil. Se lo han pensado un minuto. Solo uno. Espero que algún día lo entiendan.

21 de noviembre de 2012

T.S. Eliot



Fotografía de Rodney Smith



En toda vida humana debe llegar un momento de inflexión. O varios. Un pararse a recapacitar y pensar hacia dónde voy y ¿por qué? Es duro el planteárselo constantemente, por eso es bueno tener un buen equilibrio personal para que estas cosas solo ocurran muy de vez en cuando.

Esta mañana me he castigado sin recreo con un chico al que intento dar clase, llamémosle D. D. es puro nervio, locura incontenida, un chico de menos de catorce años que ya ha decidido tirar la toalla en su vida. Hoy, rascando mucho mientras estábamos los dos castigados sin recreo, me ha dicho que la vida no le importa. Que no hay nada que le importe. Que no le gusta ninguna asignatura, no le interesa absolutamente nada. Le gustan el fútbol y el pádel. Y se acabó, nada más. Le he hecho que me enumerara la gente de clase con la que se lleva bien y los que podría llamar amigos. Guille estaba entre ellos. Bien -he pensado-. Luego nos hemos quedado otro rato en silencio y se me ha ocurrido preguntarle si le importa no estar bien con la gente. Me ha dicho que no, rotundamente, que le daba igual. ¿Ni siquiera con Guille? Y él: Que no, que me da igual. Con un como cansancio acumulado ya en sus catorce años de vida de todos aquellos que alguna vez han intentado acercarse a él de buenas maneras, sin gritos, sin enfados. Detrás de D. hay una familia, pero que poco o nada hace por intentar hacerle entender que la vida es importante, que hay que tomársela en serio y que no puede castigarse así, tan rotundamente, día a día. Y en su castigo, castigar a sus amigos, a sus compañeros y a nosotros, que simplemente pretendemos ayudarle.

Me pregunto si a D. le ha llegado ya ese momento de inflexión. Me pregunto si él mismo no ha pasado directamente la rosca del hacia dónde voy y simplemente va, sin rumbo, sin sentido, sin nada, porque sí. Estoy convencida de que lo que D. hace no tiene que ver con ninguna máscara que él se ponga ante nosotros. D. nos está pidiendo amor a gritos, acercamiento, escucha, comprensión. Pero no lo sabe recibir, no se da cuenta de cuándo le llega, porque nunca antes, en casa, le han enseñado a dar amor, acercamiento, escucha ni comprensión. Quise tirar la toalla con él a las tres semanas y mis compañeros me dijeron que no lo hiciera, que nos necesitaba y, desde entonces, se ha convertido en uno de mis objetivos principales. Quiero lograr algo por él, porque hacerlo, egoístamente, significa también lograr algo por mí. Su tutora está conmigo. Sus padres no. Otros profesores, simplemente, no lo aguantan y lo mandan fuera de su vista a la primera de cambio. Yo intento tenerlo cerca de mí en un querer, extrañamente, darle calor humano.

Mientras tanto, a otros chicos les leo poemas de Pedro Salinas y, engatusados por versos que no comprenden pero que intuyen bellos, les veo sentir ese calor que a D. no le llega. Para mí y solo para mí, unos versos de T.S. Eliot cuya brillantez me envuelve cada vez que retomo los Four Quartets:

There are three conditions which often look alike
Yet differ completely, flourish in the same hedgerow:
Attachment to self and to things and to persons, detachment
From self and from things and from persons; and, growing
between them, indifference
Which resembles the others as death resembles life.

La indiferencia, que crece entre el apego y el desapego, se parece a ellas tanto como la muerte se parece a la vida. Aquí hay mucho material para la reflexión. Y en D., una indiferencia que espero que signifique apego y desapego a partes iguales.

19 de noviembre de 2012

Los colores del otoño


Otoño. Roble y mariquita. Fotografía mía.


Lo bonito de recorrer España en coche es poder dedicarle tiempo a uno mismo. Conducir es como darse un baño espumoso: sigue una serie de rituales para estar lo mejor posible con la persona que somos o con la persona que queremos ser.

Lo bonito de recorrer España en coche en otoño son los colores. El color de los cielos varía a cada minuto, el matiz de la luz del sol a través de las nubes o la sombra del coche sobre un montículo en el arcén hacen el viaje más bello. Pero sobre todo son hermosos el amarillo, el naranja, el verde, el rojo, el marrón de las hojas de los árboles. La palidez de los hayedos se contrapone a la brillantez de algunos olivos y pinos y contrasta, también, con ese marrón acogedor de los robles.

Últimamente disfruto sobre todo con el verdor oscuro de los cipreses que rodean las iglesias de pueblos que parecen perdidos, en la Castilla más hermosa que no podría haber soñado jamás. Esgueva, Roa, Daimiel, del Rey, del Conde, Arévalo, Miranda... son solo palabras atrapadas en señales blancas con rótulo negro que a mí me evocan los más bellos paisajes. Recorro Castilla esperando la rotundidad de sus gentes y sus aromas y Castilla me regala las tonalidades más perfectas. 

Porque lo tengo al alcance del volante, aprovecho para aprender más sobre esta tierra tan vieja que sigue sorprendiendo a los más novatos. Castillos, páramos y llanuras amarillas, sin rastro alguno ni de agua ni de vida, iglesias y catedrales imponentes que se yerguen feroces como las torres de algunas murallas. Eso es Castilla. Tierra soberana de colores y sabores. 

Después de Castilla llegan los paraísos de Galicia, Asturias, Cantabria y Euskadi, cuyos otoños aún no he podido contemplar. Los imagino verdes, como sus praderas; fríos y anaranjados, portadores de robles que lo inundan todo.

Si hay algo especialmente hermoso, es el otoño y los ojos con los que lo miramos.


15 de noviembre de 2012

El tiempo. Nostalgias


Fotografía de Bruno Birkhofer

Ayer salí a la calle a luchar por mi futuro. Lo hice con una amiga del pasado. Simplemente coincidimos en el tren. Ana, aquella dulce niña con quien compartí buena parte de mi infancia y mi adolescencia. Con Ana ha pasado eso que a veces pasa cuando creces y te vas desvinculando de ciertas personas, simplemente porque la vida os lleva por distintos cauces. Pero siempre es hermoso cuando esos cauces se vuelven a unir para dar momentos de mucha emotividad, recuerdos y risas.

Después de mucho rato hablando sobre los problemas que tiene este presente y el futuro que se nos echa encima, hablamos también sobre los juegos del pasado, ese vivir felices que crea la ignorancia, el no ser aún responsables de nuestra vida. Y Ana se mostraba muy nostálgica. Decía que no le gustaba el paso del tiempo, que querría -con todas sus fuerzas- volver atrás, a esos tiempos en los que no había preocupaciones por nada, simplemente el llegar a casa a tiempo para que sus padres no la regañasen. Sonreímos las dos, con los ojos puestos en esas noches frescas de verano en las que nos sentábamos en bancos de la calle a hablar de nuestras cosas y comer pipas; o los días soleados de piscina y risas; o los campamentos de verano donde empezamos a intuir qué era eso de estar enamoradas. Y Ana, triste, era consciente del pasar de los años, de la rapidez con que habíamos pasado de la despreocupación más absoluta a la mayor de nuestras preocupaciones, la del ¿qué será de nosotros en el futuro?. La generación sin porvenir.

Lo pensé durante unos segundos. Recordé los años fantásticos de la universidad. Salamanca. Ese momento en que las preocupaciones máximas consistían en llegar pronto y coger un asiento en Zacut, la biblioteca de ciencias, para poder aprovechar al máximo el día de estudio. Empezábamos a echar a volar, pero aún seguíamos con la cabeza en las nubes. Ahora, los que ya emprendimos del todo el vuelo, debemos tener la cabeza en la tierra si queremos conseguir lo que nos proponemos.

Hablábamos de esto en el tren, el lugar de las reflexiones. Y con el ruido del traqueteo y el bullicio de los manifestantes que ya volvían a sus casas con la resaca de la huelga, pensaba en Marta, otra amiga, casi de la adolescencia. Una amiga que no mira atrás con pena, sino que mira hacia adelante con ilusión. Marta se está labrando un futuro muy bonito y para ello vive un presente de sacrificio, pero también un presente muy vital, lleno de esperanza. Marta, eso sí, está fuera de España y piensa en los años productivos con mentalidad de forastera. Quizás esos son los tiempos que nos han tocado y este el instinto de supervivencia que tenemos que alimentar.

Miraba a Ana, ayer, representación clara del pasado, y pensaba en Marta, puro futuro. Y yo me veía un poco entre las dos. Un vivir el ahora con nostalgias, pero también con una pizca de ilusión por lo que vendrá. Con ganas de cambio. Con ánimo por saber que somos cientos de miles los que ayer estábamos en las calles gritando para que nos devuelvan lo que es nuestro y nunca debimos dejar en manos de los mercados y los poderosos. Ahí, ayer, había responsabilidad. Y ganas de cambio.

Espero que Ana también se diera cuenta de eso y entienda que la vida son etapas. Nuestra etapa del campamento quedó enterrada con los otros recuerdos de 2001. Lo bueno, lo bonito, lo esencial, es mirar hacia delante con los ojos de los niños que un día fuimos y pensar que otro futuro es posible.

14 de noviembre de 2012

El dilema. #14 N


Fotografía de Toonman Blchin


Esta es una crónica matutina del desencanto y la decepción.

Hoy hay convocada una huelga general avalada por una larguísima lista de razones reales para ello. Hacer huelga consiste en no asistir al puesto de trabajo de uno y en evitar consumir lo máximo posible. Es decir, no ir de compras e intentar consumir lo mínimo en casa: luz sobre todo.

Hay trabajadores que están abiertamente amenazados para no hacer huelga por peligro a perder su puesto de trabajo. Yo soy de las que lo están indirectamente. Me he debatido durante toda una semana para decidir si ejercer o no hoy mi derecho a la huelga. Todo el mundo me había recomendado que no lo hiciera; así que pensé en faltar al trabajo aludiendo otros motivos. Después, pensé que aquello sería más cobarde que no secundarla. Al menos, me dije, yo comparto los motivos y estoy de acuerdo. Al final, he cogido el coche y he dado clase de Lengua a mis alumnos. Mi horario de los miércoles es tan bueno que ya estaba en Parla a las 12:30 y he podido ver, decepcionada, como los establecimientos estaban abiertos en mi barrio. Y no solo eso, sino que los ciudadanos consumían como si tal cosa.

Decepción. Porque lo difícil es que un comerciante cierre su establecimiento. Lo sé de buena tinta. Es un sacrificio importante y es normal que cueste llevarlo a cabo. Pero lo fácil, como dejar la compra de rosquillas, zapatos o la barra de pegamento para mañana, eso la gente lo hace en mi barrio demostrando no estar concienciada con lo que significa la huelga.

Para mí ha supuesto un dilema acudir hoy a mi trabajo. Me he sentido mal conmigo misma y mis ideales. Me he sentido mal por la enseñanza pública, que se merecía un paro total de todo el sector. Pero claro, yo trabajo en una empresa muy pequeña, una de esas donde te señalan con el dedo y quedas marcado hasta el final del curso, cuando en las reuniones de personal se decide prescindir de uno para el año siguiente, solo por mostrarte contrario "al régimen" de trabajo. Solo una persona ha secundado la huelga, mi jefe directo. No sabía cómo lo haría, incluso llegué a creer que al final vendría al colegio. Pero sí, se ha escudado en la alegación de una enfermedad y él, a su manera, ha hecho huelga. A mí así no me vale. 

Para compensar mi cobardía personal, hoy no se pondrán lavadoras en casa, ni la tele, evitaremos la luz hasta que sea posible y nos lanzaremos a las calles del centro para gritar que no estamos a favor de la reforma laboral, ni de los recortes en educación, sanidad, ayudas a las pymes, ayudas sociales en general, ni a favor de las reformas de la ley del aborto, ni la subida de impuestos en productos fundamentales y en cultura. Tampoco estamos a favor del paro de nuestro vecino, ni de la situación miserable de una conocida cuyo hijo, con una enfermedad de las llamadas raras, no puede tomar sus medicamentos porque su madre, interina en la administración pública, ha sido despedida y su padre está en paro. 

Esta mañana yo he ido a trabajar para mantener mi puesto de empleo. Esta tarde iré a la manifestación para luchar por el de tantísimos que ya lo han perdido.


11 de noviembre de 2012

La humanidad, el saber y el rigor informativo, cosas del pasado.


Fotografía de Yaki Zander


Yo creía que el deber primero de toda empresa es cuidar de sus empleados. Siempre lo he pensado, a pesar de haber visto a lo largo de mi vida lo contrario. Hoy, no me queda duda de que la empresa -pública o privada- siempre tenderá hacia el lado del dinero. 

Lo humano, lo cierto, lo verdadero, el trabajo bien hecho, el rigor profesional, la motivación, la vocación, el interés, las ganas de transmitir pasiones, el respeto hacia todo y hacia todos, el dejarse la vida en el puesto de trabajo para dar lo mejor de uno mismo... Todo eso vale poco cuando las ganancias empiezan a caer. Cuando cae el beneficio económico, caen detrás trabajadores de gran calado humano y profesionalidad indudable. Es lo que ha pasado en El País, diario de referencia nacional y mundial. Una de las pocas publicaciones que aún uno podía leer sin dudar de que lo que se contara fuera pura ficción. Había firmas que daban tranquilidad, con las que sentirse casi tan a gusto como en casa, aunque lo que contaran fueran malas noticias.

Tengo miedo de este país que pierde de un plumazo todo lo que se elevó durante años y años de trabajo concienzudo y bien hecho. Un país donde la humanidad, el saber y el rigor van cediendo el paso a la chabacanería más vergonzosa, la estupidez, la gilipollez, la flojera, la falta de escrúpulos, la falta de educación, la pasión por el dinero, etc. Pero, ¿no nos habíamos dado cuenta de que el modelo capitalista estaba fracasando? Entonces, ¿por qué seguimos manteniendo la mentalidad y la ideología de hace más de un siglo donde la productividad y sus beneficios monetarios eran lo más importante? ¿Vamos a volver al modelo educativo de la Edad Media donde solo los nobles y la gente de la Iglesia podía acceder al conocimiento y lo guardaba para sí? Afortunadamente, hoy en día la información sobra gracias a internet y las redes sociales, pero ¿sabremos confiar en quienes filtren esa información para nosotros? O, peor aún, ¿quién va a verificar por nosotros que lo que se dice es así y no de otra manera?

Con un ERE tan horroroso como el que va a sufrir El País, ¿a qué recurrir para sentirnos informados de verdad? Quizás, ahora, mi amiga Marta tenga razón, y por las mañanas, antes que nada, habrá que recurrir a la prensa extranjera. Desde fuera, sabremos mejor qué pasa dentro de nuestros límites, los geográficos y los informativos.

Habría querido, de verdad, haber nacido en una época donde todo fuera más fácil o dónde todos estuviéramos implicados por el bien colectivo y la lucha real no fuera solo la de unos pocos.

Ahora, con esto que se nos está viniendo encima, ya ni me atrevo a desearte un feliz domingo. Al menos, procura intentar ser lo mejor persona posible y que ese sentimiento te traiga calma y ganas de solidarizarte con los que peor lo están pasando.

10 de noviembre de 2012

La luna


Elvira tiene un don especial para la belleza. La encuentra enseguida y la comparte. Es amante de las animaciones de Pixar, de la fotografía bien hecha, del buen cine y la buena literatura y habla de todos ellos con una sonrisa en los ojos que transmite pasión y ganas de estar en ese lado de la vida donde parece que todo es mejor, el lado de la belleza.

Hoy ha compartido con nosotros esta animación maravillosa de Pixar, en la que, sin ningún diálogo, aprendemos cosas maravillosas sobre la vida y las relaciones. Sobre el trabajo en equipo, sobre el respeto a las diferencias de cada uno, sobre el imitar o no a nuestros mayores, sobre nuestra individualidad e independencia a la hora de trabajar y vivir, y sobre nuestras idiosincrasias. La excusa es la luna y el medio una barquita en medio del mar y las estrellas.

El resultado no podría ser más hermoso.

Para ti, que buscas la belleza y mantener tu personalidad. Para ti, que luchas por encontrar tu sitio en el mundo y entre los tuyos. Para ti, este texto visual bello como la luna.


9 de noviembre de 2012

La bolsa o la vida


Fotografía de Wolfgang Suschitzky
Este ya no es el lema de los atracadores de bancos. Parece que es el lema de los bancos y la sociedad que está permitiendo los "atracos" a los ciudadanos de a pie. 

Ha habido ya dos suicidios a causa de la crisis. Siempre me ha parecido el suicidio algo incomprensible que no entraba en mi razonamiento del mundo ni de la vida. Ahora, parece que a algunas personas ya no les queda nada en sus vidas, solo la muerte. No voy a entrar en debates morales sobre si está bien o mal el suicidio ni de las razones que las personas que lo cometen tienen para ello, pero reflexiono sobre el hecho de que hemos creado una sociedad de consumo tal, que parece imposible que se pueda concebir en ella la vida sin lo material. En contraargumento contra mi argumento anterior, he de decir que hay ciertos bienes materiales que deberían ser innegables a cualquier ser humano, entre ellos vivienda, alimentación, sanidad y educación. Cuando esos cuatro pilares fundamentales de la vida fallan, la vida misma va perdiendo el aliento hasta convertirse en una anécdota del pasado.

De esta mujer que se ha suicidado hoy en el País Vasco se llevaron la bolsa y la vida.


6 de noviembre de 2012

Manuel Rivas


Tengo tres días. Tres días para leer sobre el silencio. Tres días antes del estreno. Me explico. Manuel Rivas, de quien he sido ferviente lectora hasta hace unos pocos años, escribió hace algunos una novela titulada Todo es silencio. Esa novela ha pasado de mano en mano por casa y aún no se ha detenido en las mías. A veces, no sé muy bien por qué motivaciones, nos apetece menos leer unas u otras cosas. A mí, de repente, se me quitaron las ganas de leer a Rivas, y ni leí Los libros arden mal, ni este Todo es silencio. No tengo ninguna razón para ello. 

A estas dos novelas se me acumula el estreno reciente, Las voces bajas, cuyo título me trae reminiscencias de la Premio Nobel Müller. Y esta sí, de nuevo no sé muy bien por qué, tengo muchas ganas de leer.

A pesar de todas estas ganas esfumadas de Rivas, de repente hoy me ha entrado una necesidad imperiosa de dar cuenta de Todo es silencio. Para ello sí hay una razón: el propio Manuel Rivas. He vuelto a escuchar su voz esta tarde. Yo conducía hacia casa y él respondía a las preguntas de Carles Francino, en la Ventana, de la Ser, un magazin de entretenimiento radiofónico que me encantaría que me inyectaran por los oídos a todas horas, para ser un poquito más persona y disfrutar más de la vida con los regalos que tiene que ofrecernos. Lo que iba diciendo: yo venía conduciendo y él hablaba sobre esta novela del silencio a propósito del estreno de la película homónima, basada en su texto, y dirigida -supongo que magistralmente, como siempre- por otro de los grandes del panorama cultural español: José Luis Cuerda.

Quiero leer la novela y ver la película. Y seguir escuchando a Francino.

Porque en un momento triste de la cultura de este país, aún los artistas siguen creando, siguen dando lo mejor de sí mismos -sin subvenciones- para que su público siga comprometiéndose con los problemas fundamentales de la vida: el amor y la supervivencia. Dicen que a todas las crisis, a todos los desastres siempre sobrevive el más fuerte. Yo añadiría que también el más formado, el más sensible, el que más fácilmente puede comprender las realidades que se le presentan frente a sí porque ha sido cultivado para ello. La cultura es el motor de nuestros cerebros y nuestros corazones. La cultura es el motor de nuestra existencia como homininos; en ella reside el origen de las civilizaciones. No dejemos que nos la quiten. Como dice un personaje de la película de Cuerda, probablemente pensado por Rivas, NO TODO TIENE PRECIO.

#NOSINCULTURA

4 de noviembre de 2012

Hubo un tiempo...


Hubo un tiempo en el que las tardes de domingo se llenaban de acordes bachianos o chopineros, si se me permite el uso de esas palabras. En otro tiempo, los domingos eran más serranistas o sabineros. Después, se convirtieron en chomskianos y saussurianos. Luego, los domingos se llamaban con nombres de bebidas calientes: té, café; o de llamadas telefónicas de largo recorrido. 

Los de otoño -los domingos, me refiero- siempre fueron grises y muchas veces lluviosos. En honor a los domingos de otoño que se repiten incesantemente a lo largo de los años, una música de los domingos de antes. Una música que se llena del agua de la lluvia lenta y pesada de las tardes interminables en las que no hacer nada, simplemente, muy quietitos, pensar en otros mundos posibles. Aquellos en los que ya pensó Lorca o los que pensamos al abrigo del presente.


3 de noviembre de 2012

De libros en Madrid.


Ayer me fui de reencuentros y libros. 

Vi a C., más amiga que compañera. Teatrera, filóloga, amante de los hombres y del teatro. Investigadora. En fin, una mujer de bandera, de las que me encanta que llamen de vez en cuando para paseos de "puestas al día" por el Madrid de las Letras.

Tuvo que volar para llegar a tiempo a ver una adaptación del Don Juan, tan de Día de Difuntos. Y mientras, yo me fui a investigar todo lo que no he podido investigar por Madrid hasta ahora. Gracias a otra amiga, C., me entraron unas ganas tremendas de acercarme a La Central de Callao, un espacio -ante todo- bello. El edificio original es el de un antiguo palacete madrileño, las paredes encaladas y las escaleras chirriantes le daban el toque romántico al asunto libresco, que ya de por sí tiene mucho de romanticismo decadente. 

Me prometí llevarme solo un volumen recordándome a mí misma la existencia del aparatejo lector de libros que me acompaña día y noche y con el que estoy logrando ahorrarme grandes cantidades desde hace unos meses. No pude, al final cayeron dos ensayos, uno del magnífico y siempre lúcido Umberto Eco: Arte y belleza en la estética medieval, texto antiguo pero que no pasa de moda por las aportaciones al periodo. Y siguiendo con mi línea de interés reciente, un ensayo sobre literatura de Vicente Luis Mora, joven con muchísimo futuro en el mundo de la crítica literaria. El texto, bellísimamente editado en verde pistacho, pertenece a la colección Miradas, de Bartleby Editores y se titula Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual. Espero que me ilumine un poco sobre un tema que últimamente ha empezado a fascinarme y del que sé poco o nada. Aún no le he hincado el ojo a este último, pero aguarda por mí después de las aportaciones medievalistas de Eco.

Pues ahí estaba yo, en esa magnífica nueva librería madrileña, que no tiene nada que envidiarle a otras de la zona y que me hacía sentir acogida entre paredes recubiertas de libros de todas las áreas del conocimiento y todas las geografías, cuando me llamó L. para decirme que venía adonde estuviera. Deambulé un rato más hasta que ella llegó y nos fuimos directas a otra librería, esta con carácter solidario: Libros Libres. Esta librería ha sido toda una revelación anti-crisis. Es un espacio cubierto de arriba abajo por libros de todas las clases, idiomas, estilos posibles y su peculiaridad es que todos ellos son gratis. Es decir, tú entras en la salita donde se encuentra la librería y miras y remiras por todos los rincones. Si te interesa algún libro, lo coges y te lo llevas gratis. La idea es llevar la cultura a todas partes, aunque creo que al final esto solo llega a unos pocos, los que no tienen mucho problema en financiarse los libros. El caso es que se puede colaborar de muchas maneras, tanto con voluntariado como con aportaciones anuales o esporádicas. Yo me llevé un clásico de los años 70, Cómo se comenta un texto literario, de Lázaro Carreter y Correa Calderón. Y tan acostumbrada a las transacciones comerciales de este mundo en que nos ha tocado vivir, no pude por menos que dejar una pequeña aportación, aun sabiendo que no es necesario hacerlo. Quizás el poder de esta librería es darle valor a la cultura de otra forma y quizás podamos aprender, poco a poco, a entender que otros modos de comercio -o trueque- son posibles.

Terminamos paseando por la zona de Luchana y plaza de Olavide y recaímos en la tienda de la que Manuel Casal habla a veces en su blog, La cocinita de Chamberí, un lugar muy acogedor en donde encontrar productos ecológicos para niños y donde llevar a los más pequeños a aprender a cocinar. Tienen talleres de cocina para niños de 12 meses a 10 años. Su creadora es una joven emprendedora con una sensibilidad exquisita. Toda una suerte el haber caído por allí de casualidad.

Una tarde muy libresca y tranquila. Llena también de tribulaciones por esa asignatura de Sintaxis que parece que se nos ha atragantado a L. y a mí pero que lograremos sacar al final con una sonrisa. 

Madrid, lugar de encuentros personales y culturales. El mejor sustituto para la melancolía londinense.

2 de noviembre de 2012

La profesión más hermosa del mundo


Desde siempre creí que la docencia era la profesión más hermosa del mundo. Estaba convencida de ello y me apliqué con esfuerzo para poder ejercerla. Siempre creí que la magia de las palabras y la literatura eran los mejores contenidos que transmitir a un grupo de mentes jóvenes y ávidas -o no- de conocimientos.

Me han felicitado por mi implicación y motivación e incluso algunos colegas de profesión aseguraban, sin haberme visto nunca dar clase, que les transmitía la sensación de ser buena en lo mío. Algunos de mis alumnos opinaban y opinan igual. Otros no. Pero estas cosas suceden siempre en todos los ámbitos de la vida. Yo siempre me he esforzado para ser lo mejor posible. Pero no en términos absolutos, sino con respecto a lo que yo podía hacer. 
Sin embargo, he caído en un nido de serpientes. El dinero parece ser que es lo único que importa. Incluso en tiempos de crisis, cuando ni siquiera hay dinero, el dinero es lo que más importa. El cambio de sistema global no llega y nos estamos estancando en prácticas y motivaciones del pasado. O peor aún, nos estancamos en las del futuro, donde parece que solo el que más paga es quien más derechos tiene, y no derechos reales.

Me hice profesora no para enseñar a escribir bien, hacer buenos resúmenes, amar la lectura y aprender dónde van las tildes. Me hice profesora para transmitir un modo de vida en el que debe primar la libertad. Educar es enseñar a ser libres y responsables a las personas. Es darles las alas del conocimiento que necesitan para ser seres humanos con significado pleno del adjetivo humano

Sin embargo, no es el mejor tiempo para ser profesor. El Gobierno, ese ente que debería procurarnos un estatus y una responsabilidad que no nos da, está más preocupado por la rentabilidad de la educación (supongo que de ahí esa obsesión con la calidad de la enseñanza) que por los resultados humanos que de ella nos beneficiaríamos todos a largo plazo. Me da la sensación de que el Gobierno no quiere ciudadanos libres y críticos, sino profesionales a los que ir agrupando en compartimentos estancos y a los que etiquetar desde bien jóvenes para hacerles ver cuanto antes que el mundo se rige por monedas y no por pensamientos. Para los que ni siquiera somos trabajadores públicos, la cosa está aún más difícil. Porque tenemos cientos de jefes por encima de nosotros: el Gobierno, el Ministro, los Consejeros, el dueño de la empresa para la que trabajamos, la dirección de la empresa para la que trabajamos, la coordinación del centro, la jefatura del departamento, los padres de nuestros alumnos, nuestros alumnos... Nosotros, los que creemos en la capacidad liberadora del pensamiento, somos el eslabón último y más pisoteado de una cadena que debería, simplemente, ser un círculo perfecto -el del diálogo entre el que enseña y el que aprende, que muchas veces no se corresponde con el de profesor-alumno, sino que da las vueltas eternamente, en un fluir de conocimientos que parece que no termina nunca-.

La enseñanza privada esclaviza al trabajador en aras de unos resultados que en muchos casos llegan mediante la presión de las familias, más que el esfuerzo mutuo de profesores y alumnos. Siempre he pensado que el fracaso escolar es el fracaso del profesor, pero me niego a pensar que yo estoy fracasando con determinados alumnos. Tampoco quiero posicionarme ética y moralmente en el lugar del profesor que afirma que el fracaso escolar es el fracaso de los padres. Igual que el éxito escolar es el resultado de un trabajo bien coordinado por todas partes, el fracaso también es culpa de todo.

Llevo pocos años en la docencia, pero poco a poco la desesperanza de estos tiempos que nos están aplastando, están distorsionando mi imagen perfecta e idílica de la profesión más hermosa del mundo. Quizás sí lo sea, pero España no sea el mejor sitio para ejercerla. Quizás necesitamos una revolución del conocimiento que se lleve a cabo desde los puestos más cercanos al alumnado. Pero ¿cómo? El dinero nos observa con lupa para que hagamos lo que tenemos que hacer y prescindir de los que no hacemos las cosas como quieren que las hagamos. 

Así nunca se alcanzará la libertad y la responsabilidad con la que siempre soñé cuando, desde bien pequeña, ponía en fila a mis juguetes para enseñarles cómo leer y escribir bien.

1 de noviembre de 2012

Un trozo invisible de este mundo, una obra incómoda pero necesaria


Un trozo invisible de este mundo es una obra de teatro en piezas, escrita e interpretada por Juan Diego Botto. Lleva en cartel unas semanas y se ha convertido en un éxito de taquilla con llenos casi diarios y que dejará de estar en cartel, desafortunadamente, el próximo domingo. 

Son cinco las piezas de que se compone esta magnífica obra que muestra el compromiso de Botto por la humanidad y sus derechos y libertades. Se van sucediendo para armar un puzzle fascinante que nos lleva de la Argentina de Perón a la España actual con personajes que son únicos y a la vez universales. Con personajes que son de este mundo, aunque tengan que volverse invisibles para sobrevivir.

Las cinco piezas entremezclan un humor muy ácido, ironía, sensibilidad social y cultural y belleza a raudales, a través de las canciones que la bellísima Astrid Jones pone en escena para que entendamos qué es ser mujer, qué es ser madre, qué es ser inmigrante en un lugar hostil donde uno pronto tiene que darse cuenta de que se está solo. O en compañía de esa botella de tequila de los mexicanos de El privilegio de ser perro. La belleza de la obra, además de estar plasmada en las nanas de Samba de la pieza Mujer, se escapa por el hilo telefónico de ese argentino que labura a diario levantándose a las cuatro de la mañana para poder mandarle plata a su mujer que al otro lado de la línea teme el no regreso de su amor. Belleza, también, en la historia del Turco, torturado y desaparecido argentino.

Lo que hace Botto con su texto magistral -lamentablemente aún no publicado- es presentarnos a unos personajes que son el mismo, nos muestra la universalidad del marginado, del pobre, del migrante, del que a la fuerza tiene que convertirse en invisible. Del que lucha por la libertad, por un mundo mejor. Y se cansa, y le llegan la derrota y el llanto, y la desesperación. Juan Diego Botto, la persona, no deja de ser uno de esos universales de su propia obra, alguien que no abandona la lucha y que en tiempos de crisis -de todas las crisis- se compromete aún mas y agudiza más el ingenio artístico para hacer algo que puede resultar muy incómodo al espectador. Ése que tiene sí tiene cerca a su gente y tiene dinero para permitirse una tarde de teatro pero que al fin y al cabo sufre con el Turco, Samba y tantos otros con o sin nombre.

Botto, con un texto y una interpretación magistrales, levanta de sus butacas al público, logra que llegue a empatizar con sus personajes y por lo tanto crea una obra de arte universal y redonda con una magia difícil de transmitir de palabra y que es mejor ver en directo. Merecedora de elogios también es la dirección y la escenografía, el acierto de situar una historia de tránsitos en un lugar que se ha convertido en el de tránsito cultural por excelencia del panorama madrileño actual, el Matadero de Madrid, y de usar como atrezzo básico y simbólico el trasiego de maletas de una cinta transportadora.

Astrid Jones, Sergio Peris-Mencheta y Juan Diego Botto.
Soy consciente de lo afortunada que he sido al poderme permitir asistir al teatro y que éste, una vez más, me haya transmitido la fuerza de la vida, la rebeldía de las utopías y la urgencia de un cambio necesario. Creo que Juan Diego Botto, Astrid Jones y Sergio Peris-Mencheta también son afortunados, por su talento. Y por la generosidad y sensibilidad que tienen al compartirlo con nosotros y enseñarnos, en algo más de una hora y media, qué pasa en nuestros barrios que aún nosotros no hemos sido capaces de ver. Los tres nos abren los ojos a una realidad incómoda y dolorosa. Pero al fin y al cabo, ese es el primer paso que todos necesitamos para poner el remedio: darnos cuenta de que esa realidad existe. Esta vez, el arma para hacérnoslo ver no han sido las redes sociales sino lo de siempre: el genio del teatro.

Larga vida al teatro y largos éxitos a Un trozo invisible de este mundo. Porque un éxito para la obra significa el éxito del ser humano.


1 de octubre de 2012

Octubre


Se hace real. Ya está de nuevo aquí. El mes de la balanza. Y comienza en lunes. Siempre el primer lunes de octubre es triste, porque siempre se llena con las notas de esta mítica canción. Dejemos que así sea, siempre y cuando el martes nos devuelva las sonrisas.

¿Dónde coño te escondes, felicidad?
los lunes de octubre, ¿dónde estarás?

29 de septiembre de 2012

Canción post-verano


"No seremos dos locos buscando el mar"

El lunes, primero de octubre, también nos cantará Rulo. Para el último sábado de septiembre, y por eso de pensar en el ahora o el mañana, una canción casi recién estrenada de "Rulo y la Contrabanda".



Ayer hice sobaos. Hoy escucho a un cantante de Reinosa. Echo de menos la lluvia de Salamanca. Y el mar del norte. Que el fin de septiembre se lleve con la lluvia la nostalgia que siempre trae el otoño.

27 de septiembre de 2012

Hace diez años...




Respondía un test que me preguntaba qué estaría haciendo en diez años. Lo que dije fue que estaría independizada y trabajando como ambientóloga en alguna reserva de la naturaleza gallega.

Escuchaba sin parar "El viaje de Copperpot" y de vez en cuando algo de los Héroes del Silencio, Extremoduro y Marea.

Escribía poemas de amor.

No conocía a mi mejor amiga.

Era una apasionada de Galicia.

Conocí a un oboísta que me enseñó algunas cosas de música que sin su ayuda no habría conocido nunca.

La gente de mi clase leía la saga de Harry Potter compulsivamente.

Me enamoré dos o tres veces.

Gobernaba José María Aznar y se hundía un petrolero. El actual presidente del Gobierno decía que el petróleo que salía a la superficie eran solo unos "hilitos de plastilina".

Me daba clase de filosofía Yolanda Canseco, una de las mujeres de las que más he aprendido y con la que más he disfrutado intelectualmente.

"No a la guerra".

Estudiaba Bachillerato de Ciencias porque quería estudiar Ciencias Ambientales. Llevaba mal la Química orgánica. Me perdía traducciones maravillosas que mis amigos de Latín y Griego escribían a kilómetros de distancia de vuelta del conservatorio.

Escribía e-mails kilométricos que encabezaba con un cursi "Querido lector".

Aún no había ido a Galicia. Deseaba con todas mis fuerzas ir a Galicia.

Los niños a los que doy clase ahora empezaban a balbucear sus primeras palabras.

Todavía no sabía lo que era una oración subordinada circunstancial. Por el contrario, había descubierto el mundo del Lazarillo.


Y hoy, escuchando de nuevo La Oreja de Van Gogh, me he acordado de aquella estudiante de bachillerato que fui. Aquella de la que ahora queda poco. Hoy es un día un poco nostálgico. Será el otoño, que moja a golpes el parabrisas de mi coche nuevo, ése que ni podía imaginarme entonces. Será el gris del cielo. O las letras de las canciones de antaño, las que escuché y reescuché y me hicieron ser un poco lo que fui y lo que ahora ya es solo un recuerdo un poco lejano. 

24 de septiembre de 2012

My heart skips a beat


A mi corazón se le escapa un latido.
Pero ando rauda en su búsqueda.


22 de septiembre de 2012

¿La radio o el tren?


Hay varias cosas que me gustan mucho. Entre esas cosas que me gustan mucho están la radio y el tren. Prescindir del tren en mis desplazamientos diarios ahora que tengo vehículo propio ha sido muy duro. El tren es un modo de vida. El tren da para mucho: soñar, dormir, leer, mirar, pensar, no hacer nada, enamorarse, conocer actores y músicos ambulantes, escuchar otras músicas, oír otros idiomas, preparar clases, corregir exámenes... El tiempo del tren es tiempo que la vida te regala. Cambiar el tren por el coche es deshacerse de ese tiempo porque la mente tiene que estar concentrada en la conducción.

La llegada del automóvil precipitó mucho las cosas y me abocó a la no-lectura. Porque el tren, igual que el baño y la cama, es uno de los lugares predilectos de lectura para muchos. Abandonar el tren significó sacrificar horas a la lectura.

Sin embargo, el coche trajo otra cosa maravillosa: la radio. La radio es uno de los inventos más maravillosos que alguien pudo imaginar. Sobre todo la radio tal y como la entendemos hoy en día: esos programas de entretenimiento, esas voces míticas que nos acompañaron durante años en el desayuno y ahora nos acompañan a la salida del trabajo. Hoy he escuchado a Nancho Novo y a Aitana Sánchez-Gijón. Hablaban de teatro, otro de mis favoritos. Hablaban de la situación actual del teatro y la cultura españoles en general. La cosa está muy fea. Y yo me alegraba de ir en el coche y le encontraba una de las pocas ventajas: poder escuchar la radio sin pérdidas de conexión constantes. 

El teatro, la radio y las noticias, que llegan menos distorsionadas y más rápido que a la televisión, y las voces, sobre todo las voces. De las voces que he escuchado hoy, me quedo con una, y te la regalo. 

Echo de menos el tren con sus personajes, pero la radio y sus voces también ofrecen un reposo al alma cuando comienza o termina la jornada y el mundo parece o muy pequeño o muy inabarcable.



11 de septiembre de 2012

Ir a lo básico


Odio las programaciones curriculares.

Las odio porque dan muchas vueltas e impiden ir a lo básico. Lo básico en Lengua y Literatura es leer y escribir. Me encantaría pasarme las clases leyéndoles y que me leyeran, haciéndoles escribir sin parar.  Sobre todo en los niveles más bajos de la ESO. Y esa era mi idea. Hasta que llegó el fantasma de la programación con listas interminables de conceptos que enseñar, aunque sus mentes, aún no maduradas, de la infancia, no sean capaces de comprender qué es eso de complemento predicativo. 

Como trabajo para una empresa, tengo que seguir sus estatutos, entre los cuales consta el seguimiento de la programación de manera estricta. Y da igual que lo que se enseña en 1º vuelva a enseñarse los siguientes tres años. Da igual. El programa es dios y hay que seguir el programa a pies juntillas. Pero hay algo que me dice que ese no es el camino, así que quizás desvíe el programa y me lo traiga a mi territorio, el de la fantasía, los bolígrafos, el folio en blanco y cientos de páginas por delante. Quizás algún día ellos mismos me pidan que les enseñe qué es el complemento predicativo.

Esther Havens. La alegría de leer



4 de septiembre de 2012

Ilusión

A mi amigo Manuel, que un día dijo que el día siguiente sería un día vacío.


Manuel, hay luz. Tú eso lo sabes bien, porque eres fotógrafo. Hay pensamiento e ideas. Tú eso lo sabes bien porque eres filósofo. Hay juventud. Lo sabes porque eres joven. Hay amor, a ti te quieren y tú quieres. Hay belleza. Me lo has dicho con tus fotografías, tus textos y tus músicas elegantes. Me lo has dicho con nuestras visitas al Prado y tus mensajes breves o los más largos. También hay amistad, encarnada y virtualizada, tú de las dos sabes mucho. Hay color. Me lo has enseñado en tus fotografías de cielos tomadas desde la azotea del Círculo de Bellas Artes. Hay arte, y el arte se llama de muchas maneras, desde Cádiz o Rafael hasta jamón ibérico y gin-tonic.

Aves en libertad. De Angela Bacon Kidwell
Manuel, hay mañana. Hay un mañana oscuro y triste, bochornoso, sucio, ennegrecido por la podredumbre de algunos que tienen dinero, poder y pocos escrúpulos. Y también hay un mañana claro, límpido, lleno de poesía, rebosante de besos y de fotografías, incierto y por eso más futuro, más mañana, más interesante. 

Sobre todo, Manuel, hay mucha ilusión. 


3 de septiembre de 2012

(In)Comunicados


A Marta, que se alegró
cuando se me estropeó la blackberry.


Cuando era pequeña, era habitual ver los domingos por la tarde, de paseo, a matrimonios de mediana edad o ya mayores, cuya mitad varonil llevaba pegado al oído lo que mi abuelo llamaba el transistor. A medida que fui creciendo, la radio pegada a los cartílagos auditivos cambió por unos auriculares introducidos estratégicamente en los oídos, de tal manera, que mientras la miembra femenina de la pareja señalaba a algunos escaparates o comentaba cualquier cosa a su marido, él pudiera estar al partido y a la conversación como quien no quiere la cosa.

Esta imagen anecdótica de mi infancia, me tamborilea al recuerdo últimamente. Cuando era niña creo que aquello no me parecía ni bien ni mal, simplemente extraño. Luego, conforme fui siendo educada y crecí, me di cuenta de que era una tremenda falta de educación, por mucho que algunas personas me dijeran que era una manera de no perderse el partido y de "no enfadar a la parienta". ¡¡La parienta!! ¡Pero, será posible? Machismo flagrante del que ni siquiera se quería evitar, porque antes no se prestaba atención a estos "matices del lenguaje". En fin...

Aquello por lo que muchos se llevaban las manos a la cabeza y a otros les parecía de lo más normal es lo que pasa hoy en día con el chat de la blackberry y el famoso whasapp!, la aplicación de mensajería instantánea gratuita para móviles de última generación. El acto es sencillo. Quedas para tomar algo con unos amigos a los que hace tiempo que no veías, y en medio de la conversación, sin mediar una disculpa siquiera, miras de reojo cómo se enciende el pilotito rojo del móvil. Sabes que tienes una notificación: quizás sea un "me gusta" de alguien en tu último estado de Facebook, o a lo mejor es un e-mail, quizás un mensajito de whasapp!, ¿qué más da? Lo cierto es que tu atención se va de la conversación que tienes con tus amigos de carne y hueso a la conversación virtual con alguien que, a su vez, puede estar en la misma situación, o quizás en el tren, que también es un lugar recurrente para el chateo hoy en día. Y adiós a la lectura ferroviaria, al dejarse ir de los ojos en un análisis vago o exhaustivo -depende del día- del vecino viajero, a la siesta fugaz mecida con el leve traquetear provocado por unas vías relativamente nuevas. Adiós al brillo de los ojos del amigo que te cuenta una buena noticia. También se te ha escapado un matiz en su voz. Está triste. Sin embargo, estás más pendiente de interpretar un emoticono del romance de turno, que de sentir a quien tienes al lado. No solo hablar con esa persona, sino sentirla. En la comunicación cara a cara debe haber sentimiento, entender los gestos, los suspiros, el tono de la voz, la dirección de la mirada, muchas cosas que se nos escapan cuando nos comunicamos de forma impulsiva por el chat.

No me había dado cuenta de que yo misma hacía eso a veces. Hasta que Marta, después del Camino de Santiago, cuando vino a verme a Galicia me dijo que le había alegrado mucho el que en esos días mi teléfono hubiera estado estropeado y me hubiera comunicado con ella al cien por cien. Me sonrojé, me dio vergüenza. Pero me alegré de que me lo dijera. Tuve la tentación de abandonar la blackberry para siempre, pero no deja de ser una herramienta útil en algunos casos. Así que desactivé internet. Me incomuniqué del mundo del exterior para recomunicarme con lo más básico, la ilusión de ojos cuyas miradas se cruzan. Ayer, casi le tiro el móvil por la ventana del coche a una amiga, no solo ponía en juego nuestra comunicación por eso, sino también nuestra vida a riesgo de un accidente. Pensé qué pena, a lo que estamos llegando. Me resigné un poco. Tras su disculpa, un abrazo, que supo mejor que todos los emoticonos más empalagosos juntos. Y la comunicación, que se había desencadenado, volvió a tejer un hilo fuerte.

La foto es de Betatecno. Con una reflexión parecida a la mía.

2 de septiembre de 2012

Septiembre

El significado denotativo de septiembre es: "noveno mes del año", el connotativo, para el común de los mortales es algo así como: "depresión post-vacacional, vuelta al colegio, trabajo, frío, fin de fiestas, pagos". Ahora, también, septiembre connota subida del IVA. Nadie habla de otra cosa. Es lógico. 

Para mí, septiembre siempre ha sido uno de mis meses favoritos. Significa "otoño, renovarse, empezar de nuevo, trabajo, reencuentros..." Todo positivo. Este año, septiembre me llega, más que nunca, cargado de cosas muy bonitas, aunque teñido con la tristeza de la situación económica en España y la enfermedad de una amiga.  La vida no es nunca ni blanca ni negra. Hay un espectro de grises -de todos los colores, diría yo- que la equilibran y la hacen más interesante.

Te invito a vivir este septiembre buscando lo bonito que se esconde detrás de los grandes problemas, que siempre parece que nos impiden ver la vida. Vívelo. Encuentra el color entre el blanco y el negro.

30 de agosto de 2012

Realidades

La gente sigue muriendo. Y en Parla ha dejado de llover desde hace meses. Imagino que se seguirán enviando cartas como las de hace diez años. O si no, e-mails, que es lo que se lleva ahora. Mis amigos E. y E. me han escrito e-mails últimamente. También me han venido a ver al blog. Eso es reconfortante, es otra parte más de la realidad que le hace a uno feliz cuando ha dejado de llover y la muerte sigue acechando, sin descanso.

Eso es lo bueno de la realidad, que tiene tantas caras que aunque algunas te hagan sufrir, otras equilibran y compensan esa tristeza.

Édouard Boubat
Hoy he salido a andar. Aquí no hay monte. Si hubiera, quizás ya habría llovido. He caminado por calles sucias, pero también por parques llenos de fuentes, árboles y niños pequeños. Cuando yo tenía la edad de esos niños, no había muchos más de mi generación en España. También he escrito e-mails, he leído a Murakami, he enseñado a diferenciar un CD de un CI, he mirado de reojo a la luna y he recordado a personas del pasado. Eso es lo que tienen las realidades múltiples, los universos infinitos de los que hablaba hace unos meses. Ocurren muchas cosas en un mismo día y cada una de ellas pertenece a una realidad común que es la suma de otras pequeñas. Y todas deben de estar relacionadas de algún modo, en un continuo fluir que lo une todo. Agua. Malta Kanoo, el personaje de El pájaro que da cuerda al mundo, habla de las corrientes acuosas, cree que la vida se rige por el agua. Yo también creo que el agua es el elemento más importante. Por eso me pone triste estar alejada del mar. Y que no llueva. Y la muerte.

Hoy me conformo con las fotografías de Christophe Jacrot, que tiene una verdadera pasión por la lluvia. Paraguas, calles mojadas, lentes llenas de pequeñas gotas. El mundo de Jacrot se parece mucho a mi mundo ideal. Ojalá la muerte nos diera un respiro. Lamentablemente, ni siquiera en el más ideal de los mundos eso sería posible.

Jacrot prohíbe, en su página web, la copia de sus fotografías, por eso me quedo con la que ilustra esta entrada, de Boubat. Preciosa e imprecisa imagen de la lluvia. Una realidad hermosa.